La dictadura de nuevo tipo que se instauró en Venezuela de la mano de
Nicolás Maduro bien podría ser perfectamente funcional a los intereses
estadounidenses de no ser por la incómoda presencia de rusos y chinos como
competidores directos en el control de los recursos del país, una influencia
que desde hace mucho le quita el sueño a los sectores más conservadores de los
EEUU, que ven como en su patio trasero se pasean tranquilamente sus rivales
históricos [1].
Es en este contexto que se produce el movimiento liderado por EEUU para
derrocar a Nicolás Maduro. No se trata de un problema de catástrofe humanitaria
que, ciertamente afecta a sectores de la población imposibilitados de acceder a
las condiciones mínimas de subsistencia. Mucho menos se trata de la
preocupación del Departamento de Estado por la pulverización de la economía
venezolana y el bienestar de su población. Ni siquiera se trata de las
constantes violaciones de los derechos civiles de miles de venezolanos que nos
han impedido librarnos del peor gobierno en la historia del país. Se trata de
que simplemente, los sectores más conservadores de la sociedad norteamericana
han logrado colocar en la Casa Blanca, a unos peligrosísimos personajes que buscan
-de forma abierta y desvergonzada- desplazar a China y a Rusia, de su patio
trasero.
Y es por eso que, siendo Maduro el líder de una organización criminal que
controla los recursos de Venezuela, se ha convertido en un objetivo
relativamente fácil y de consenso para las apetencias de la administración Trump
y su promesa de “hacer a EEUU grande otra vez”. La abierta participación de los
EEUU, el esfuerzo invertido por la plana mayor de la política exterior gringa
expresado las decenas de tuits, discursos y mensajes de Mike Pompeo y John
Bolton, así como el papel del senador Marco Rubio -enfocado en ganar y mantener
simpatías en su clientela electoral de Florida- obliga a pensar que esta vez,
la administración Trump va a llegar hasta el final en sus intenciones de
derrocar a Maduro y colocar un gobierno alineado sin cortapisas a los intereses
estadounidenses. Sin embargo, no hay que olvidar que Trump en los años que
tiene en la Casa Blanca ha dado unos giros fabulosos si se comparan sus
acciones con sus promesas electorales, como lo evidencia su postura indefinida
ante Rusia, China, Corea del Norte, y lo intrascendente de sus reformas a
Obamacare, la reducción de impuestos y al NAFTA. Sólo las sanciones a Irán y la
batalla por el muro quedan en pie como parte de las promesas de Trump.
Necesitan una victoria, y siendo Maduro prácticamente indefendible, Venezuela
parece la ocasión perfecta para que EEUU “comience a ganar guerras otra vez”[2]
Pero el mundo ya no es lo que era y los rusos también juegan -y los chinos
también-. Al plantear la situación como un todo o nada, los EEUU ponen contra
la pared a las superpotencias rivales que difícilmente van a ceder sin pelear,
la cabeza de playa que han ganado en este lado del Atlántico. No haya nada que
Maduro pueda ofrecer a los gringos, porque el objetivo grande de los EEUU es la
expulsión de chinos y rusos de su patio trasero. El movimiento encabezado por
Juan Guaidó por otra parte, carece de capacidad de negociación ya que
simplemente cumplen órdenes de Washington, y no hay nada que le puedan ofrecer
a chinos y rusos sin desatar la ira de quienes les dan las órdenes. Quien paga
la música, elige la canción.
Parece entonces que el juego está trancado y que las grandes decisiones
sobre el destino de Venezuela no se toman en la confrontación Maduro-Guaidó
sino en las conversaciones entre Sergei Lavrov y Mike Pompeo. ¿Hay alguna
posibilidad de destrancar el juego sin que haya intervención armada? Quizá. Si
el PSUV y sus aliados “sacrificaran” a Maduro obligándole a renunciar, como
figura representativa de un gobierno empobrecedor y violador de derechos
humanos, lograrían desarticular el discurso que ha posicionado la inminente
necesidad de intervención extranjera para enmascarar las verdaderas intenciones
del DoS norteamericano. ¿Una transición guiada por Delcy Rodríguez representaría
un cambio importante para la situación del país? Difícil de creer, pero sin
duda podría dar por logrado el objetivo de la administración Trump que, como
sabemos, hace ver como grandes victorias lo que en realidad son logros más bien
modestos.
¿Como quedarían los dirigentes opositores locales con algo así? Mal,
seguramente, pero quizá esto siente las bases para el surgimiento de una
oposición hecha en Venezuela, un poco menos pendiente de los radicales del
tuiter y más pendiente de la defensa de nuestros intereses y de lo que en realidad
necesitamos los venezolanos: una transformación de la relación estado-sociedad,
sin caer en el liberalismo simplón, pero eso ya es otro tema.
@jhernandezucv