La economía no es una ciencia exacta. En su condición de ciencia
social, pretende entender y más aún explicar mediante la formulación de ciertas
“leyes” el resultado esperado, ante las acciones de los agentes económicos;
consumidores, productores, reguladores etc. Estos agentes, en tanto humanos,
están sujetos a una complejísima conformación en sus patrones de
comportamiento, imposibilitando la formulación de postulados del tipo “Con toda acción ocurre siempre una reacción
igual y contraria…”.
El comportamiento de los agentes económicos ofrece infinitas
combinaciones y por lo tanto infinitos resultados posibles, que la ciencia
económica procura agrupar en grandes categorías: crecimiento, recesión,
inflación entre otros.
Toda esta perorata pseudo académica se me viene a la mente ya que, en
los últimos años y como parte de las interacciones sociales del Venezolano –cerveza
y parrilla mediante- se presenta siempre la discusión y los comentarios sobre
emigrar ó quedarse. Supongo que este debate se dá en todo el mundo pero en
nuestro país es bien particular debido a la amplia pero distorsionada exposición
del Venezolano promedio ante las realidades que se viven en otros países.
Me explico, en los últimos años al amparo de CADIVI y la brutal
sobrevaluación del bolívar, resurgió el turismo cambiario, entendiendo este
como aquel que realiza cualquier mortal con tarjeta de crédito para hacerse de
una asignación de moneda extranjera a tasa subsidiada para luego venderla en el
mercado negro, aprovechando el enorme diferencial y las infinitas posibilidades
de arbitraje en cualquier ramo que ofrece una economía tan distorsionada como
la venezolana. No es un fenómeno nuevo, si consideramos que el célebre “tá
barato, dame dos” fue el rasgo distintivo del venezolano en el exterior durante
los 70’s.
Buena parte de la población puede jactarse de haber viajado al
exterior al menos una vez en su vida, no importa su clase social. Y es que
todos conocemos a alguien que gracias a la revolución tuvo la posibilidad de
conocer esos paraísos terrenales que son Perú, Panamá ó Cucuta. En su condición
de turistas, estos viajeros no se mezclan entre la realidad de esos
supuestamente prósperos destinos, sino que ven los toros desde la barrera, con
la posibilidad de gastar 2000,2500, 3000 dólares en compra de ropas y
electrónicos en una semana, cosa que seguramente no pueden hacer muchos de los
residentes de esas ciudades. Rara vez vemos lo maravilloso de nuestros destinos
turísticos desde los ojos de los muchachos que trabajan en los malls en horario
extendido, ó nos ponemos en el lugar del mesonero ó del taxista que nos
atiende. Muchos piensan que Ciudad de Panamá ó Miami por ejemplo son el cielo
en la tierra, que allá todo es bello, quisiéramos quedarnos viviendo allá y por
supuesto cuando regresamos y alguien nos pregunta cómo nos fue no falta la
respuesta “allá es otra vaina”, “no es como aquí”, “aquí, volviendo al infierno”
o todas esas expresiones autodegradantes que todos los días del mundo repetimos
autocompasivamente.
Y no es que nos falten razones para quejarnos. Las colas, la
inseguridad, el caos urbano, lo difícil que es aquí toda vaina, y lo más importante, la pérdida de la
esperanza en que el futuro será mejor. Bajos salarios, la imposibilidad de
comprarse un carro, un apartamento no son percepciones infundadas. Son duras
realidades, que deprimen y que obligan a considerar la posibilidad de emigrar.
Son muchos los que “se irían demasiado”
Pero tomar la decisión de emigrar no es cualquier cosa. Muchos de
quienes lo hicieron en años recientes hoy están de regreso en el país, mientras
que muchos de quienes están fuera no la pasan mucho mejor, sólo que sus
problemas son de otra índole. No es la falta de carros ó de boletos aéreos, es
la falta de dinero para comprarlos, ó la falta de tiempo para disfrutar de los
aspectos de la vida no vinculados a la prosperidad material, aquellos que son
muchos y que pasan desapercibidos en la interminable carrera por ser, a través
del tener.
Me voy a permitir copiar algunos párrafos tomados del libro “El Precio
de la Desigualdad” (2012) de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, a quien
nadie, salvo locos como los generales Lucio, Peñaloza ó el profeta (y sus
seguidores) podrían acusar de Chavista ó comunista. En este libro se hace una
descripción de cómo el ciudadanos promedio en los Estados Unidos vienen
enfrentando una situación cada vez más difícil para sostener el nivel de vida
de sus familias, enfrentado el deterioro de sus posibilidades de progreso
social. Nada que ver con nuestras fugaces vacaciones en Disney y nuestras
maratónicas sesiones de Shopping turístico. Es una realidad marcada más bien
por extensas jornadas de trabajo, poca estabilidad, pocas vacaciones y la
terrible realidad de que si enfermas ó tienes un accidente, es bien probable
que todo lo que logres acumular se destruya mucho más rápido de lo que se
piensa.
Que esto no se entienda como uno de esos argumentos trasnochados de
que los venezolanos estamos mejor que los norteamericanos y que el imperio cae
mañana. Tampoco es necesario que se me diga que aquí estamos peor, y que el
salario mínimo alcanza apenas para comprar un par de zapatos, no estoy tratando
de convencer a nadie. Trato de hacer ver que, especialmente para el emigrante hispano
la situación es bastante más compleja de lo que nuestra experiencia viajera
subsidiada por el petróleo nos ha permitido conocer.
A continuación algunos extractos de la caracterización de Stiglitz:
Supongamos que el asalariado
goza de buena salud y consigue trabajar un total de 40 horas semanales (la
semana laboral media de los trabajadores estadounidenses es de solo 34 horas) con un salario ligeramente por encima del mínimo:
digamos de aproximadamente 8,50 dólares por hora, de forma que después de pagar
su cuota de la Seguridad Social, el asalariado recibe 8 dólares por hora y, por
consiguiente, recibe 16.640 dólares por sus 2.080 horas. Supongamos que no
tiene que pagar impuesto sobre la renta, pero su empleador le cobra 200 dólares
al mes por un seguro médico para toda su familia, y se hace cargo de los
restantes 550 dólares mensuales del coste del seguro. Eso deja sus ingresos
disponibles en 14.240 dólares anuales. Si tiene suerte, puede que consiga
encontrar un apartamento de dos dormitorios (con suministros incluidos) por 700
dólares al mes. Eso le deja 5.840 dólares para hacer frente a todos los demás
gastos familiares del año. Igual que la mayoría de estadounidenses, es posible
que considere que un coche es una necesidad básica; el seguro, la gasolina, el mantenimiento
y la amortización del vehículo pueden suponer fácilmente 3.000 dólares al año.
Los fondos que le quedan a la familia ascienden a 2.840 dólares —menos de 3
dólares diarios por persona— para cubrir los gastos básicos, como la comida y
la ropa, por no mencionar las cosas que hacen que la vida valga la pena, como
las diversiones. Si surge algún problema, sencillamente no hay ningún colchón.
Teniendo en cuenta que
aproximadamente cincuenta millones de estadounidenses carecen de seguro médico,
una enfermedad puede colocar a toda una familia al borde del abismo, una
segunda enfermedad, la pérdida de un trabajo, o un accidente de automóvil pueden
empujarla al vacío. De hecho, los últimos estudios han revelado que, con gran
diferencia, la mayor parte de las bancarrotas personales están asociadas con la
enfermedad de un miembro de la familia
Muchos de los desempleados de
mediana edad no veían ninguna perspectiva de volver a encontrar jamás otro
trabajo. Para los mayores de cuarenta y cinco años, la duración media del
desempleo ya está aproximándose a un año
Incluso los empleados saben que
sus puestos de trabajo están en peligro y que, con el elevado nivel de
desempleo y el escaso nivel de protección social, sus vidas podrían dar un
repentino giro a peor. La pérdida de un empleo significaría perder el seguro
médico y, tal vez, incluso perder su casa.
Más de un 20 por ciento de las
personas que tienen una hipoteca están «bajo el agua» (underwater), es decir,
deben más dinero de lo que vale su casa.
La tasa de encarcelamiento de
730 por cada 100.000 personas (equivalente a 1 de cada 100 adultos) es la más
alta del mundo, y aproximadamente entre nueve y diez veces mayor que la de
muchos países europeos.
Algunos estados se gastan en
sus instituciones penitenciarias tanto como en sus universidades
Un número cada vez mayor de
estadounidenses apenas es capaz de cubrir sus necesidades básicas. Se dice que
ese tipo de individuos está en situación de pobreza. La proporción de personas
que estaban en esta situación era del 15,1 por ciento en 2010, frente al 12,5
por ciento de 2007
Para no hacer más largo el asunto, quisiera agregar que no
hay modelo económico perfecto. Incluso Noruega con su Fondo Soberano de USD 800
millardos mantiene una deuda externa de USD 700 millardos y una dependencia del
petróleo que amenaza la sostenibilidad en el largo plazo del enorme bienestar
social alcanzado. Por eso, la decisión de emigrar, de irse demasiado no debe tomarse a la ligera, sin bases ó después de
ser atracado por algún motorizado en la autopista. ES TODO
@jhernandezucv
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