lunes, 23 de septiembre de 2013

De los "exiliados" Venezolanos



De los exiliados Venezolanos
No critico a nadie por querer emigrar para buscar un mejor destino. La permanente y nunca bien lograda búsqueda de la felicidad, de la realización material y espiritual del individuo debería ser un derecho humano. He allí el problema, en la consideración de la felicidad individual como un elevado objetivo indeclinable. Algunos consideran que es la felicidad social lo más importante. Ambas visiones están enfrentadas desde hace siglos. Adam Smith en La Riqueza de Las Naciones decía que la búsqueda del bien individual redundaría indefectiblemente en el bien común. Suena lógico, parece que tiene razón.
Los defensores del bien común, del bienestar social ¿socialistas?, esgrimen por otra parte que si en la sociedad existen personas que no pueden cubrir un mínimo de sus necesidades, entonces la sociedad como un todo, es un fracaso. Los liberales señalan que es deber del estado ayudar a esos rezagados en la carrera interminable en la búsqueda de la felicidad. Los izquierdistas dirían que es un deber de la sociedad entera y que en cualquier caso, estas inequidades se resuelven al suprimir de raíz el origen de tales desigualdades: la propiedad privada de los medios de producción. También suena bien.
En cuanto al punto de vista liberal, habría que preguntarse si de verdad existe un estado donde el ser humano logre sentirse feliz, completo, realizado ó si por el contrario, el grado de satisfacción es tan particular de cada individuo que convierta la vida en una permanente competencia por más y mejores niveles de vida, entendiendo este como una cierta dotación de recursos materiales y en general las cosas que el dinero pueda comprar. Cual sería por ejemplo, el nivel de bienestar de una sociedad para que dejaran de invadir y saquear las riquezas de otros territorios? Siempre habrá una buena razón –y si no la hay se inventa- para seguir la carrera por la obtención de un mayor pedazo de la torta y, tomando en cuenta que su tamaño es finito, inevitablemente se producirán conflictos de todo tipo por el disfrute de esa torta. La riqueza material en esta visión no es un valor absoluto, no se trata de tener un determinado nivel patrimonial, o de PIB en el caso de los países. Se trata de crecer siempre, de comparar, cuanto tenía ayer y cuanto hoy, cuanto tengo yo comparado con los demás, en qué lugar estoy en el ranking… en ese contexto se inserta el fenómeno de la emigración hacia los países en desarrollo, en particular, la emigración de venezolanos.
En nuestro país el fenómeno de la emigración es relativamente reciente. La amenaza del comunismo y el deterioro de muchos elementos de la calidad de vida del venezolano, con la seguridad a la cabeza, ha producido una estampida de compatriotas buscando mejores condiciones de vida en otros países donde han encontrado –o esperan encontrar- mejores posibilidades.
El patrioterismo que se maneja al hablar del tema es posiblemente la peor vía para abordarlo, entenderlo y juzgarlo. No soy más patriota yo por quedarme que algún conocido que se haya ido, a España por ejemplo. El médico que emigra para ganar allá 10 veces lo que ganaría aquí, no necesariamente es un vende patria, partidario de Pizarro y Cortez y definitivamente no tiene responsabilidad en el genocidio indígena de la llamada época de la “conquista”. Lo hace atendiendo a su propio razonamiento, sus razones tendrán y la maldad y la bondad de su corazón no es una de ellas.
Irse ó quedarse es una decisión individual. Quienes nos quedamos quizá no compartimos el diagnóstico fatalista que en muchos casos acompaña esta decisión –aquí ya no se puede vivir, van a meter una familia a vivir en la habitación desocupada de la hija que se fue, me van a expropiar el televisor de la sala- entre otros miedos. Tal vez no vemos en otras latitudes las posibilidades que otros ven como inmensas, yo definitivamente no me iría a trabajar lavando platos en un restaurante no importa cuán rápido un conocido haya podido comprarse un corvette, mientras que yo como profesional, tengo el número 751.159 en una lista de SUVINCA en la que entregan con bombos y platillos 1.500 carritos chinos mensualmente. Simplemente no queremos, no podemos ó tenemos miedo de arriesgar algo que consideramos más seguro y estable. No encontrar papel tualé quizá no es tanto una tragedia si consideramos que aquí al menos tenemos una casa propia, y por supuesto, una familia de la que no queremos alejarnos.
El problema es esa suerte de ilusión masificada de que aquí todo es peor y que allá –no importa donde- es mejor. Mucho se ha hablado sobre el snobismo criollo, esa especie de pasatiempo, de fascinación ontológica de hablar mal de nuestro país con cualquier extranjero apenas pisamos, no digamos suelo extranjero, sino apenas el aeropuerto internacional. Una vez sellado nuestro pasaporte comienza el rosario de quejas, autodescalificaciones como sociedad –es que lo venezolanos son…- me excluyo por supuesto porque, como diría Beatriz de Majo yo tengo un tatarabuelo Holandés.
Otra de las grandes hipocresías que se ha construido alrededor del tema es la existencia de la persecución política como motivo para huir del país. No dudo que haya un par de casos de cada cien de gente con algún enemigo jurado en posiciones de poder que no descansaría hasta verle el ojo blanco a alguien. En ese caso, se justificaría más que sobradamente su escape hacia algún destino foráneo siempre y cuando, lleve consigo a su familia claro está. No se concibe dejar a hijos y esposos enfrentando sólo ese peligro. Adicionalmente, no tiene mucho sentido regresar de paseo, a turistear a Los Roques, donde las garras del rrregimen podrían capturarte y los cubanos del G-2 que están regados en todas partes-todo el mundo sabe eso- te enviarían de inmediato a un calabozo del SEBIN por digamos, emitir tu opinión en twitter.
Conozco un par de casos así, se fueron a probar suerte, a conocer el mundo, a ganar en moneda dura y su facebook está repleto de fotos en Barcelona, Madrid, Paris, Roma, Nueva York, Miami entre otras ciudades y luego dicen que “tuvieron” que dejar el país por culpa de Chávez. Al visitar ciudades tradicionales receptoras de migrantes como Miami, se percibe, sólo con un poco de curiosidad, que muchos emigrantes lo que más quieren en la vida es regresar a envejecer en su tierra, a descansar del ajetreado ritmo de vida que se vive en el imperio. Ver que personas de la tercera edad no pueden dejar de trabajar, que son cajeros en Walmart, y Crews en Mc Donalds causa cierta sospecha de que las cosas no son como las pintan. Conocí una señora Nicaragüense de no menos de 60 años que era quien me ayudaba a cargar maletas de más de 20 kilos y trabajaba como valet en el aeropuerto. Ella, con más de 30 años en los EEUU estaba loca por volver a vivir su retiro en su país. El fenómeno de las remesas confirma que no es un caso aislado. Muchos migrantes del tercer mundo están dispuestos a sacrificar buena parte de su vida productiva para ganar suficiente dinero que les permita una vida más confortable para su retiro, o para evitar que su descendencia deba aventurarse a la vida del emigrante. Habría que preguntarle a algún mexicano en EEUU si quisiera que sus hijos aún en México probaran las mieles del sueño americano en EEUU, aventurándose a ponerse en manos de un coyote para lograr su anhelo.
Como todo lo venezolano, la emigración criolla es diferente al resto de sus similares de países en desarrollo. El típico emigrante local no sueña con volver –así que los barcos que mande Capriles seguramente volverán llenos de celulares y televisores-.
El venezolano emigrante no manda remesas. A diferencia de sus pares, el migrante Venezolano no sólo no manda dólares sino que por el contrario, demanda divisas de su país de origen para sostener su rito de vida y la dinámica de acumulación que emprendió en el extranjero.
El venezolano emigrante se integra en la sociedad receptora, aprende el idioma, de hecho, muchos Venezolanos viajan a otro país durante una semana y ya han olvidado el castellano. Los portugueses que han vivido aquí toda la vida, todavía falan.
El venezolano migrante promedio, es de clase media, media alta. Siempre han visto en esos países, en sus viajes de turismo o por historias de terceros cercanos, la posibilidad de realización material que su país les niega. Siempre que pueden, vuelven de visita y nos demuestran que “allá no es como aquí”. Aquí no respetan el semáforo, allá son ciudadanos ejemplares.
El migrante venezolano no escapa en balsa, ni la emprende a pie buscando huir por los caminos verdes. Casi siempre toma uno de los 20 ó 30 vuelos diarios a Miami, y decide no regresar al caos de la venezolanidad. No importa si vives en Caracas, Maturín ó San Cristóbal, nuestra realidad es la misma y todos igual la padecemos.
Y es que en realidad, Venezuela es un país complicado. Muchas cosas pequeñas son una infinita ladilla: hacer mercado=colas, ir al trabajo=colas, agarrar el metro=colas, incluso hacer una llamada por celular, tener una velocidad de banda ancha decente, abrir una cuenta en un banco, renovar la licencia, comprar un saco de cemento, un celular ó un boleto aéreo son proezas. Demandan paciencia, aguante, resignación, pero son tan frecuentes e interminables las colas, las alcabalas, las trabas que la gente se desespera, agréguele a eso un par de atracos, un retrovisor partido por un motorizado y tendrá a un emigrante en potencia. Por otra parte, las cosas más importantes, son cada día mas difíciles: comprar una vivienda, comprar un carro, mantener a los hijos con un cierto nivel de vida-colegios privados, actividades deportivas- requieren de toneladas de billetes que pocos podríamos alcanzar. No creo que en otro país la cosa sea mejor, al menos no para el migrante. Sólo profesionales de relativamente alta calificación o que satisfaga necesidades particulares de la sociedad receptora, podría tener una mayor probabilidad de éxito en su aventura migratoria, especialmente aquellos que llegan con permiso de trabajo, inversionista etc.
En resumen, el que quiera y pueda irse que lo haga, no es necesario hundir al país en cada conversación y por dios, dejen de autodenominarse “exiliados”. El que se quede por cualquier motivo, que disfrute su estancia aquí y colabore para construir un mejor país, no podemos vivir en La Candelaria con la mente puesta en Disney. En cualquier caso, lo que si es necesario es abandonar las taras mentales, esas que nos llevan tomar decisiones sobre mitos y fantasías ó por otra parte, a rumiar y descargar nuestra arrechera a cada rato por la incapacidad de aceptar la necesidad de quedarnos y de hacer de este país lo que queremos que sea. O nos quedamos demasiado o nos vamos demasiado.


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