De los exiliados Venezolanos
No critico a nadie por querer emigrar
para buscar un mejor destino. La permanente y nunca bien lograda búsqueda de la
felicidad, de la realización material y espiritual del individuo debería ser un
derecho humano. He allí el problema, en la consideración de la felicidad
individual como un elevado objetivo indeclinable. Algunos consideran que es la
felicidad social lo más importante. Ambas visiones están enfrentadas desde hace
siglos. Adam Smith en La Riqueza de Las Naciones decía que la búsqueda del bien
individual redundaría indefectiblemente en el bien común. Suena lógico, parece
que tiene razón.
Los defensores del bien común,
del bienestar social ¿socialistas?, esgrimen por otra parte que si en la
sociedad existen personas que no pueden cubrir un mínimo de sus necesidades,
entonces la sociedad como un todo, es un fracaso. Los liberales señalan que es
deber del estado ayudar a esos rezagados en la carrera interminable en la
búsqueda de la felicidad. Los izquierdistas dirían que es un deber de la sociedad
entera y que en cualquier caso, estas inequidades se resuelven al suprimir de
raíz el origen de tales desigualdades: la propiedad privada de los medios de
producción. También suena bien.
En cuanto al punto de vista
liberal, habría que preguntarse si de verdad existe un estado donde el ser
humano logre sentirse feliz, completo, realizado ó si por el contrario, el
grado de satisfacción es tan particular de cada individuo que convierta la vida
en una permanente competencia por más y mejores niveles de vida, entendiendo
este como una cierta dotación de recursos materiales y en general las cosas que
el dinero pueda comprar. Cual sería por ejemplo, el nivel de bienestar de una
sociedad para que dejaran de invadir y saquear las riquezas de otros
territorios? Siempre habrá una buena razón –y si no la hay se inventa- para
seguir la carrera por la obtención de un mayor pedazo de la torta y, tomando en
cuenta que su tamaño es finito, inevitablemente se producirán conflictos de
todo tipo por el disfrute de esa torta. La riqueza material en esta visión no
es un valor absoluto, no se trata de tener un determinado nivel patrimonial, o
de PIB en el caso de los países. Se trata de crecer siempre, de comparar,
cuanto tenía ayer y cuanto hoy, cuanto tengo yo comparado con los demás, en qué
lugar estoy en el ranking… en ese contexto se inserta el fenómeno de la
emigración hacia los países en desarrollo, en particular, la emigración de
venezolanos.
En nuestro país el fenómeno de la
emigración es relativamente reciente. La amenaza del comunismo y el deterioro
de muchos elementos de la calidad de vida del venezolano, con la seguridad a la
cabeza, ha producido una estampida de compatriotas buscando mejores condiciones
de vida en otros países donde han encontrado –o esperan encontrar- mejores
posibilidades.
El patrioterismo que se maneja al
hablar del tema es posiblemente la peor vía para abordarlo, entenderlo y
juzgarlo. No soy más patriota yo por quedarme que algún conocido que se haya
ido, a España por ejemplo. El médico que emigra para ganar allá 10 veces lo que
ganaría aquí, no necesariamente es un vende patria, partidario de Pizarro y
Cortez y definitivamente no tiene responsabilidad en el genocidio indígena de
la llamada época de la “conquista”. Lo hace atendiendo a su propio
razonamiento, sus razones tendrán y la maldad y la bondad de su corazón no es
una de ellas.
Irse ó quedarse es una decisión
individual. Quienes nos quedamos quizá no compartimos el diagnóstico fatalista
que en muchos casos acompaña esta decisión –aquí ya no se puede vivir, van a
meter una familia a vivir en la habitación desocupada de la hija que se fue, me
van a expropiar el televisor de la sala- entre otros miedos. Tal vez no vemos
en otras latitudes las posibilidades que otros ven como inmensas, yo
definitivamente no me iría a trabajar lavando platos en un restaurante no importa
cuán rápido un conocido haya podido comprarse un corvette, mientras que yo como
profesional, tengo el número 751.159 en una lista de SUVINCA en la que entregan
con bombos y platillos 1.500 carritos chinos mensualmente. Simplemente no
queremos, no podemos ó tenemos miedo de arriesgar algo que consideramos más
seguro y estable. No encontrar papel tualé quizá no es tanto una tragedia si
consideramos que aquí al menos tenemos una casa propia, y por supuesto, una
familia de la que no queremos alejarnos.
El problema es esa suerte de
ilusión masificada de que aquí todo es peor y que allá –no importa donde- es
mejor. Mucho se ha hablado sobre el snobismo criollo, esa especie de pasatiempo,
de fascinación ontológica de hablar mal de nuestro país con cualquier
extranjero apenas pisamos, no digamos suelo extranjero, sino apenas el
aeropuerto internacional. Una vez sellado nuestro pasaporte comienza el rosario
de quejas, autodescalificaciones como sociedad –es que lo venezolanos son…- me
excluyo por supuesto porque, como diría Beatriz de Majo yo tengo un tatarabuelo
Holandés.
Otra de las grandes hipocresías
que se ha construido alrededor del tema es la existencia de la persecución
política como motivo para huir del país. No dudo que haya un par de casos de
cada cien de gente con algún enemigo jurado en posiciones de poder que no
descansaría hasta verle el ojo blanco a alguien. En ese caso, se justificaría
más que sobradamente su escape hacia algún destino foráneo siempre y cuando,
lleve consigo a su familia claro está. No se concibe dejar a hijos y esposos
enfrentando sólo ese peligro. Adicionalmente, no tiene mucho sentido regresar
de paseo, a turistear a Los Roques, donde las garras del rrregimen podrían
capturarte y los cubanos del G-2 que están regados en todas partes-todo el
mundo sabe eso- te enviarían de inmediato a un calabozo del SEBIN por digamos,
emitir tu opinión en twitter.
Conozco un par de casos así, se
fueron a probar suerte, a conocer el mundo, a ganar en moneda dura y su
facebook está repleto de fotos en Barcelona, Madrid, Paris, Roma, Nueva York,
Miami entre otras ciudades y luego dicen que “tuvieron” que dejar el país por
culpa de Chávez. Al visitar ciudades tradicionales receptoras de migrantes como
Miami, se percibe, sólo con un poco de curiosidad, que muchos emigrantes lo que
más quieren en la vida es regresar a envejecer en su tierra, a descansar del
ajetreado ritmo de vida que se vive en el imperio. Ver que personas de la
tercera edad no pueden dejar de trabajar, que son cajeros en Walmart, y Crews
en Mc Donalds causa cierta sospecha de que las cosas no son como las pintan.
Conocí una señora Nicaragüense de no menos de 60 años que era quien me ayudaba
a cargar maletas de más de 20 kilos y trabajaba como valet en el aeropuerto. Ella,
con más de 30 años en los EEUU estaba loca por volver a vivir su retiro en su
país. El fenómeno de las remesas confirma que no es un caso aislado. Muchos
migrantes del tercer mundo están dispuestos a sacrificar buena parte de su vida
productiva para ganar suficiente dinero que les permita una vida más
confortable para su retiro, o para evitar que su descendencia deba aventurarse
a la vida del emigrante. Habría que preguntarle a algún mexicano en EEUU si
quisiera que sus hijos aún en México probaran las mieles del sueño americano en
EEUU, aventurándose a ponerse en manos de un coyote para lograr su anhelo.
Como todo lo venezolano, la
emigración criolla es diferente al resto de sus similares de países en
desarrollo. El típico emigrante local no sueña con volver –así que los barcos
que mande Capriles seguramente volverán llenos de celulares y televisores-.
El venezolano emigrante no manda
remesas. A diferencia de sus pares, el migrante Venezolano no sólo no manda
dólares sino que por el contrario, demanda divisas de su país de origen para
sostener su rito de vida y la dinámica de acumulación que emprendió en el
extranjero.
El venezolano emigrante se
integra en la sociedad receptora, aprende el idioma, de hecho, muchos
Venezolanos viajan a otro país durante una semana y ya han olvidado el
castellano. Los portugueses que han vivido aquí toda la vida, todavía falan.
El venezolano migrante promedio,
es de clase media, media alta. Siempre han visto en esos países, en sus viajes
de turismo o por historias de terceros cercanos, la posibilidad de realización
material que su país les niega. Siempre que pueden, vuelven de visita y nos
demuestran que “allá no es como aquí”. Aquí no respetan el semáforo, allá son
ciudadanos ejemplares.
El migrante venezolano no escapa
en balsa, ni la emprende a pie buscando huir por los caminos verdes. Casi siempre
toma uno de los 20 ó 30 vuelos diarios a Miami, y decide no regresar al caos de
la venezolanidad. No importa si vives en Caracas, Maturín ó San Cristóbal,
nuestra realidad es la misma y todos igual la padecemos.
Y es que en realidad, Venezuela
es un país complicado. Muchas cosas pequeñas son una infinita ladilla: hacer
mercado=colas, ir al trabajo=colas, agarrar el metro=colas, incluso hacer una
llamada por celular, tener una velocidad de banda ancha decente, abrir una
cuenta en un banco, renovar la licencia, comprar un saco de cemento, un celular
ó un boleto aéreo son proezas. Demandan paciencia, aguante, resignación, pero
son tan frecuentes e interminables las colas, las alcabalas, las trabas que la
gente se desespera, agréguele a eso un par de atracos, un retrovisor partido
por un motorizado y tendrá a un emigrante en potencia. Por otra parte, las
cosas más importantes, son cada día mas difíciles: comprar una vivienda,
comprar un carro, mantener a los hijos con un cierto nivel de vida-colegios
privados, actividades deportivas- requieren de toneladas de billetes que pocos
podríamos alcanzar. No creo que en otro país la cosa sea mejor, al menos no
para el migrante. Sólo profesionales de relativamente alta calificación o que
satisfaga necesidades particulares de la sociedad receptora, podría tener una
mayor probabilidad de éxito en su aventura migratoria, especialmente aquellos
que llegan con permiso de trabajo, inversionista etc.
En resumen, el que quiera y pueda
irse que lo haga, no es necesario hundir al país en cada conversación y por
dios, dejen de autodenominarse “exiliados”. El que se quede por cualquier
motivo, que disfrute su estancia aquí y colabore para construir un mejor país,
no podemos vivir en La Candelaria con la mente puesta en Disney. En cualquier
caso, lo que si es necesario es abandonar las taras mentales, esas que nos
llevan tomar decisiones sobre mitos y fantasías ó por otra parte, a rumiar y
descargar nuestra arrechera a cada rato por la incapacidad de aceptar la
necesidad de quedarnos y de hacer de este país lo que queremos que sea. O nos
quedamos demasiado o nos vamos demasiado.
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