A propósito del artículo Memorias de un hipocondríaco, por Alonso Moleiro, publicado en www.prodavinci.com
Estamos en presencia de un
fenómeno psicológico, interesante por sus implicaciones, fascinante por sus
consecuencias en la personalidad del individuo, extraño, complejo, misterioso
para quienes como yo, no hemos tenido contacto con esta ¿enfermedad?. Se me hace
sin embargo, lo confieso, difícil de creer. No porque no haya yo escuchado
anteriormente el concepto, la definición, la caracterización de la hipocondría,
no es por eso. Lo que se me hace difícil de asimilar, de creer, de aceptar, es
que con tantos estímulos que te bombardean a diario, haya cerebros que todavía insistan
en ordenar, contraviniendo cualquier lógica, la preocupación y el miedo ante
cualquier manifestación corporal irregular.
¡Que hobby más duro ese de la hipocondría!
Señor hipocondríaco, señor psiquiatra, propongo que elevemos el grado de
severidad de esta patología, al mismo nivel de complejidad y efecto que el de
la esquizofrenia más aguda que se haya documentado, de la pérdida más irremediable
de la noción de la realidad, considerando que el cerebro del hipocondriaco aún
no ha podido percibir lo que para otros es una amarga y omnipresente realidad:
enfermarse en este país es una tragedia. Si bien es cierto que quizá a nivel inconsciente,
el paciente en realidad no quiere curarse, bastaría para curarse milagrosamente
que la persona en cuestión, acuda a la sala de emergencia de un hospital para pedir diagnóstico sobre ese sospechoso dolorcito. Que se acercara digamos, un par de veces al mes al Hospital de Los Magallanes y
clame por atención médica entre motorizados fracturados, motorizados heridos de bala, motorizados
fracturados por que se accidentaron al recibir unos balazos, y los motorizados
perpetradores de los referidos balazos. Digamos que la afección realmente no es urgente,
en cuyo caso asiste al hospital Vargas, en remodelación desde 2008 y solicita
una cita, la cual de serle conferida, la anhelada consulta con el galeno le
correspondería 4 años después, sí y sólo sí el referido profesional no esté
trabajando en España. Claro que también es perfectamente posible que los lapsos
para asistir a una consulta estén relacionados con la duración de la carrera
médica, lo que sería algo como “ahorita no hay dermatólogo pero acaban de salir
de bachillerato unos muchachos interesados, si quiere puede esperar…” a que se
gradúen.
¿Que sensación reconfortante puede
tener un hipocondriaco si, al llegar finalmente a la consulta, lo regresan
porque debe llevar los guantes, termómetro, el povidine, la gasa, suero, el
calmante, una bata talla L y un bombillo (ahorrador, claro está)? No porque sea
un punto de honor exigir el derecho constitucional a la salud y a la atención
médica –hace rato que no estamos para esas excentricidades- sino porque
conseguir los cuatro ó cinco adminículos requeridos, le puede llevar el tiempo
y recorrido de una media maratón, además de 3 ó 4 salarios mínimos si se le
prescribe algún tratamiento para el diagnóstico obtenido luego del arduo
esfuerzo. Si el hipocondríaco en cuestión cuenta con la dicha de tener un
seguro, y este a su vez está solvente con la clínica, no crea que la realidad
es muy diferente, sólo agregue un par de millardos al escenario.
Mejor haga un esfuerzo, aférrese
a la salud, al bienestar, siga los consejos, coma manzanas, tome malojillo,
llantén, chayota con zábila o lo que sea para mantenerse alejado del médico.
Que difícil es ser hipocondríaco
en estos tiempos, de pana.
jhernandezucv@gmail.com
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