viernes, 23 de agosto de 2013

El Venezolano no puede ser hipocondríaco

A propósito del artículo Memorias de un hipocondríaco, por Alonso Moleiro, publicado en www.prodavinci.com



Estamos en presencia de un fenómeno psicológico, interesante por sus implicaciones, fascinante por sus consecuencias en la personalidad del individuo, extraño, complejo, misterioso para quienes como yo, no hemos tenido contacto con esta ¿enfermedad?. Se me hace sin embargo, lo confieso, difícil de creer. No porque no haya yo escuchado anteriormente el concepto, la definición, la caracterización de la hipocondría, no es por eso. Lo que se me hace difícil de asimilar, de creer, de aceptar, es que con tantos estímulos que te bombardean a diario, haya cerebros que todavía insistan en ordenar, contraviniendo cualquier lógica, la preocupación y el miedo ante cualquier manifestación corporal irregular.
¡Que hobby más duro ese de la hipocondría! Señor hipocondríaco, señor psiquiatra, propongo que elevemos el grado de severidad de esta patología, al mismo nivel de complejidad y efecto que el de la esquizofrenia más aguda que se haya documentado, de la pérdida más irremediable de la noción de la realidad, considerando que el cerebro del hipocondriaco aún no ha podido percibir lo que para otros es una amarga y omnipresente realidad: enfermarse en este país es una tragedia. Si bien es cierto que quizá a nivel inconsciente, el paciente en realidad no quiere curarse, bastaría para curarse milagrosamente que la persona en cuestión, acuda a la sala de emergencia de un hospital para pedir diagnóstico sobre ese sospechoso dolorcito. Que se acercara digamos, un par de veces al mes al Hospital de Los Magallanes y clame por atención médica entre motorizados fracturados, motorizados heridos de bala, motorizados fracturados por que se accidentaron al recibir unos balazos, y los motorizados perpetradores de los referidos balazos. Digamos que la afección realmente no es urgente, en cuyo caso asiste al hospital Vargas, en remodelación desde 2008 y solicita una cita, la cual de serle conferida, la anhelada consulta con el galeno le correspondería 4 años después, sí y sólo sí el referido profesional no esté trabajando en España. Claro que también es perfectamente posible que los lapsos para asistir a una consulta estén relacionados con la duración de la carrera médica, lo que sería algo como “ahorita no hay dermatólogo pero acaban de salir de bachillerato unos muchachos interesados, si quiere puede esperar…” a que se gradúen.
¿Que sensación reconfortante puede tener un hipocondriaco si, al llegar finalmente a la consulta, lo regresan porque debe llevar los guantes, termómetro, el povidine, la gasa, suero, el calmante, una bata talla L y un bombillo (ahorrador, claro está)? No porque sea un punto de honor exigir el derecho constitucional a la salud y a la atención médica –hace rato que no estamos para esas excentricidades- sino porque conseguir los cuatro ó cinco adminículos requeridos, le puede llevar el tiempo y recorrido de una media maratón, además de 3 ó 4 salarios mínimos si se le prescribe algún tratamiento para el diagnóstico obtenido luego del arduo esfuerzo. Si el hipocondríaco en cuestión cuenta con la dicha de tener un seguro, y este a su vez está solvente con la clínica, no crea que la realidad es muy diferente, sólo agregue un par de millardos al escenario.
Mejor haga un esfuerzo, aférrese a la salud, al bienestar, siga los consejos, coma manzanas, tome malojillo, llantén, chayota con zábila o lo que sea para mantenerse alejado del médico.
Que difícil es ser hipocondríaco en estos tiempos, de pana.

jhernandezucv@gmail.com
@jhernandezucv

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